jueves, 28 de noviembre de 2013

Etapa 12. Cala Olivera - Cala LLonga - Cap Martinet - Cala Espart (19,7 km)


Esto se está acabando. Mañana por la noche sale mi vuelo de vuelta a Madrid y a menos que tenga un contratiempo inesperado la travesía está casi completada. Ahora mismo debo encontrarme a no más de 10 km del punto donde embarqué 11 días atrás en Ses Figueretes, y se me vuelve a plantear la misma disyuntiva de ayer, seguir hasta Ibiza o entretenerme un día más recorriendo con mayor detenimiento una parte de mi trayecto reciente. Esta vez no tengo mucho problema en decidirme. Ayer, en la parte final de la jornada, tuve que pasar todo el trecho entre Santa Eulalia y Cala Olivera sin casi parar y sin contemplar bien la costa. Por lo tanto, decido salir por la mañana en dirección opuesta a Ibiza, hacia Cala Llonga.

Al levantarme noto que los mosquitos anoche se pusieron las botas conmigo mientras charlaba con el capitán ron al anochecer. Tengo la cara, cuello y manos con bastantes picotazos, y el ojo medio cerrado por uno, más certero e incómodo, en el párpado. Un baño con el agua fresquita de primera hora de la mañana me quita bastante los picores.

Cala Olivera
El Fast Ferrie de la mañana con destino Formentera
Calma total antes de salir
En el camino hasta Cala Llonga descubro algunos rincones fantásticos y me detengo para tomar varias fotos.



Recorro Sol d'En Serra donde las gaviotas abarrotan la playa de cantos y al poco llego a Cala Llonga. Nada más entrar en la estrecha bahía descubro enfrente mío una pequeña cala, un sitio realmente ideal para pasar unas horas. Entro hasta el fondo de la bahía para ver qué se cuece en la playa urbana pero enseguida doy media vuelta y desembarco en la cala. Como el lugar es tan apacible y hermoso decido quedarme hasta después de comer aquí. Es uno de los momentos más relajantes del viaje. Entre descanso contemplativo, lectura y buceo pasan las horas.

El lugar me invitaba a quedarme.
Y decidí pasar el grueso del día en él.
El agua era transparente y el fondo ideal para bucear.
Sobre las 6 dejo la cala y avanzo ya en dirección a Ibiza. Si me acerco demasiado a la capital no encontraré ninguna playa apropiada para pernoctar, así que planeo llegar hasta el Cap Martinet como punto límite y entre el lugar donde monté ayer campamento y Martinet, elegir alguna cala recogida. Opciones encuentro 3: la primera a muy poco de Cala Olivera, donde dormí ayer, se conoce como Cala Espart; la segunda, la playa de S'Estanyol; y la última, Cala Roja, ya casi en el Cap Martinet. La que más me convence es la primera, así que me toca regresar sobre mis pasos desde Martinet hasta unos kilómetros más atrás. Una vez desembarcado e instalado en la Cala Espart y a la vista de las comodidades que voy descubriendo, tengo la seguridad de que he acertado de pleno en mi elección.


Superficie llana y bien nivelada para dormir cómodo. Una silla que encuentro entre los matorrales para poder sentarme.


Posidonia seca en la playa para poder hacer más mullido mi colchón y una magnífica vista de los reflejos del atardecer.


Verde el bosque hacia el interior y ni una edificación a la vista. La luna ya brilla en el cielo


Aún no es del todo noche, y para rematar la jugada puedo disfrutar mi cena sentado en una cómoda silla y beberme un buen vinito mientras oscurece. Ni la más lujosa suite del mejor hotel del mundo mejoraría este rincón del Mediterráneo. Me voy a dormir contento.

lunes, 25 de noviembre de 2013

Etapa 11. Cala Vadella - Cala Llenya - Illa Tagomago - Cala Olivera (35,3 km)


Al despertar encuentro el cielo brumoso y la playa en calma total. Mientras desayuno hago alguna foto y recibo la inesperada visita de un niño de no más de 6 años que aparece andando por el bosque y empieza a curiosear en la playa. Cuando le pregunto qué hace allí él sólo, me dice que vive con sus padres cerca de la cala, en una caravana aparcada en un claro del bosque. El chico es holandés, pero habla bastante bien español y asegura que llevan viviendo acampados en Ibiza desde hace un año. Me hace muchas preguntas sobre el kayak. Piensa que la embarcación sea mi casa, de igual manera que la suya es la caravana familiar, y resulta difícil hacerle entender que en realidad tengo una casa "de verdad" a mucha distancia de allí. Supongo que le hace más gracia pensar que vivo en el kayak y que voy recorriendo el mundo montado en él. La idea empieza a parecerme a mi casi más divertida que a él, así que no insisto en desbaratar su teoría sino todo lo contrario.


Para cuando me hago a la mar, la bruma se ha despejado casi del todo, aunque a mi espalda diviso el Cap Roig y más al fondo la isla de Tagomago aún envueltos un poco en ella.


Lo cierto es que aún quedan 3 días para coger mi vuelo de vuelta y la isla se está acabando. Además la parte que me toca recorrer de aquí a la capital se encuentra ya bastante urbanizada y habrá zonas que deberé pasar sin acercarme mucho a la costa. No tengo muy claro qué ritmo seguir, si terminar un día antes y descansar en Ibiza, si buscar alguna playa recogida donde poder pasar una jornada de relax, o si hacer 3 rutas de poco recorrido hasta llegar al final de mi viaje. De momento, lo que hago es parar al poco de haber salido en Cala Llenya para darme un baño en esta playa de fina y blanca arena, que a la hora que llego todavía está casi vacía. Retomo la marcha y pasada Platja des Canar me alcanzan dos kayak que van en dirección opuesta. Son una pareja joven que llevan un negocio de turismo activo en Ibiza, ella es de Madrid y el balear. Les comento un poco las dudas que tengo sobre qué hacer los días que me restan de travesía, y me aconsejan que retroceda y me acerque a ver Tagomago, la pequeña isla que surge en la prolongación del Cap Roig. Aunque me da cierta pereza desandar tantos kilómetros, su entusiasmo al contarme cómo es el litoral de la pequeña isla me convence. Doy media vuelta y comienzo a palear directo hacia ella. El esfuerzo invertido queda recompensado con la visita, a la altura del retrato que me habían dado del islote.

Illa Tagomago
El pequeño embarcadero no parece muy transitado. Según he sabido luego la isla es propiedad de un adinerado alemán, para más señas marido de Norma Duval, y creo que tiene una enorme villa construida en el centro de la misma.
El litoral es rocoso en su práctica totalidad.
Cormoranes en la roca.
Una vez recorrido el perímetro de la isla regreso a Ibiza procurando dirigir la embarcación al mismo punto del que partí unas horas atrás, a la altura de Platja des Canar más o menos. Me oriento bastante bien con los puntos de referencia que tomé a la ida y estoy ya muy cerca del lugar donde me di la vuelta, pero me asalta un hambre canina. Así que desembarco un poco antes de Es Canar, en Cala Nova. Como el hambre me aprieta bastante me apetece mucho la idea de darme un homenaje en algún restaurante de los que se encuentran a pie de playa. Mi plan choca no obstante con la estupidez de la encargada del restaurante que escojo para la comilona. Al llegar a la terraza saludo a la camarera y le pido mesa para comer, a ser posible con mi kayak a la vista. Me mira un poco de arriba a abajo y me dice que espere, que como estoy mojado tiene que hablar con la encargada. Viene la tipa, que me pone bastante peor cara que la camarera y pretende sentarme en un rincón. Como parece que no soy muy bien recibido me voy por donde he venido, y en la playa encuentro una sombra ideal para quedarme un rato. Calmo mi apetito con unas latas de conserva, pan y chocolate.

Después de haber descansado en la playa un par de horas vuelvo a mojar el kayak. Mi intención es llegar hasta Cala Olivera, una diminuta playa pasado Cala Llonga. Me queda un largo trecho por recorrer y me he puesto en marcha algo más tarde de lo necesario si quiero llegar con buena luz a mi destino. Por lo tanto procuro no entretenerme y así ganar algo de tiempo al reloj, por si tengo que buscar alguna alternativa a la cala elegida para acampar. La bahía de Santa Eulalia la hago recta para acortar camino, en Cala Llonga no entro, paso el Cap des Llibrell y no me arrimo demasiado a la playa de Sol d'en Serra. 

En esta parte del trayecto apenas hago fotos, aunque el recorrido no está exento de interés.
Por fin consigo alcanzar mi destino antes de anochecer, aunque no mucho antes. Cala Olivera es un apacible rincón cuyo acceso por tierra se hace desde una urbanización privada, y aunque para acceder hay que pasar por el control de seguridad de esta urbanización, en principio el paso es libre para todo el que quiera ir a la cala. El caso es que el lugar está frecuentada básicamente por vecinos de la propia urbanización, que no es que sea de lujo, pero supongo que tampoco estará al alcance de cualquier bolsillo. 

Tras desembarcar me acerco al pequeño chiringuito de madera que da animación a la playa. La estampa allí es bastante graciosa, un par de parejas de mediana edad, ellos con aspecto de Julito Iglesias y ellas al estilo baronesa Thyssen, más un tipo muy chistoso que chilla bastante, están los cinco sentados en la única mesa de la terraza y beben y discuten visiblemente tocados por una "larga sobremesa". Pido una cerveza en la barra y pregunto al hombre del chiringuito lo que ya viene siendo típico, si hay problema en pasar allí la noche. El señor, también en la línea habitual, se muestra muy acogedor y además de darme permiso para resguardarme en el chiringuito por la noche, me dona un buen trozo de sobrasada picante y una hogaza de pan. 

Mientras, su distinguida clientela se despide de él hasta la próxima con todo tipo de parabienes por el pescado que degustaron a mediodía y los licores que soplaron durante toda la tarde. Aunque no todos se recogen, en el chiringuito se queda el chistoso que hablaba más alto, que todavía se ve con ánimo de seguir soplando y además tiene ganas de hablar. A pesar de mis iniciales reticencias empiezo a hablar con él, y resulta ser un señor bastante majo. Es capitán de yate y se dedica a pilotar para los dueños de barcos en Ibiza desde hace ya años. La conversación se centra en el tema marinero, y se alarga bastante. Es interesante, pero ya es de noche, los dueños del chiringuito se han ido, los mosquitos empiezan a notarse, tengo hambre y ganas de cenar y dormir. El capitán me propone volver en un rato con una botella de vino pero le digo que suelo coger pronto la cama, así que nos despedimos, yo me quedo preparando la cena y él se va dando evidentes tumbos. Ceno deprisa, pongo la mosquitera y me acuesto. Serán las doce de la noche aproximadamente y ya puedo decir que es el día que más he trasnochado hasta el momento. El cuerpo me pide descanso y es curioso comprobar cómo se adapta el organismo al horario del sol en cuanto vive en la naturaleza unos días.

lunes, 18 de noviembre de 2013

Etapa 10. Cala Xuclá - Cala d'En Serra - San Vicent - Cala Mastella (35,6 km)


Amanece un nuevo día, décimo ya de travesía. Abandono cala Xuclá con la expectativa de seguir disfrutando de la costa norte ibicenca, que me sorprendió la jornada de ayer por su salvaje belleza.

La pequeña cala Xuclá con su chiringuito al fondo
Antes de empezar con el paleo me doy un chapuzón mañanero, que me refresca y despeja mis sentidos totalmente.

El aspecto del agua en cala Xuclá invita al baño
Al salir distingo un gran velero en el medio de la bahía y decido iniciar camino en sentido opuesto a mi ruta para poder observarlo de cerca. La pequeña desviación merece la pena, pues el velero es impresionante.


Tras hacer un par de fotos a la embarcación doy media vuelta encaminándome, ahora si, hacia Portinatx. Entro a explorar a fondo la zona, una estrecha bahía con una playa urbana al fondo de la misma y una cala más pequeña que mira al oeste en un recoveco que se forma en la salida hacia levante de la bahía. Abandonando Portinatx se divisa ya el faro de Moscarter. 



Aparte del faro, la zona es entretenida de ver por lo sinuoso de la costa, que nos invita a investigar cada entrante en la roca.


Pasada la punta de Moscarter nos espera la cala d'en Serra, a la cual se puede acceder también desde tierra a través de un camino en bastante buen estado. La relativa facilidad para alcanzar la cala desde tierra, la existencia de un cómodo establecimiento playero y mi hora de llegada (mediodía exactamente), se combinan para que encuentre el lugar algo más poblado de lo que hubiera deseado y con un ambiente demasiado turístico para mi gusto. La cala soporta además el estigma del urbanismo salvaje y absurdo en forma de un hotel abandonado a medio construir casi encima del mar. No obstante, la belleza del entorno me obliga a realizar la primera parada de la jornada, con baño incluido claro está. Luego me entretengo hablando con una simpática pareja del País Vasco que disfruta aquí de la playa y el mar de una forma bastante distinta a lo habitual en sus tierras, donde el agua fría y el tiempo inestable invitan menos al baño y al asoleo. 

La cala d'en Serra con las típicas casetas de pescadores.
Ofrece aguas tranquilas y cristalinas donde disfrutar del buceo o el simple baño
En la cala vecina aún se hacen visibles las huellas de un incendio que afectó al norte de Ibiza en 2011 
Reanudo mi marcha y pronto alcanzo el Port de ses Caletes, una pequeña cala más virgen y solitaria que la d'en Serra pero sin el mismo encanto. Al poco de dejar atrás el Port de ses Caletes me empieza a apretar fuerte el hambre, así que paro a almorzar algo de pan con chocolate y frutos secos en una estrecha pero alargada cala de cantos al pie de un abrupto acantilado. El paraje en cuestión es el Racó de sa Talaia.


Combatido el gusanillo, continúo con intención de realizar mi siguiente parada ya en Sant Vicent. El trayecto desde este punto hasta Sant Vicent, si bien no tan espectacular como el continuo acantilado del día anterior, es bastante llamativo.


Entrando a la gruta
Una cala muy tranquila antes de llegar a Punta Grossa

Aunque la intención era no detenerme hasta llegar a Sant Vicent, decido realizar una nueva parada justo antes de Punta Grossa para bañarme y estirar las piernas en una playa de cantos enfrente de la cual fondean varios yates.

La estratificación del acantilado era curiosa

Al final llego a Sant Vicent pasada ya por mucho la hora de comer. Desembarco en un extremo de la playa, bastante concurrida, y voy a buscar cerveza fría. Regreso al kayak y preparo un bocadillo, y tras haber dado buena cuenta de él, me echo un rato en la playa. La jornada de tarde no resulta particularmente interesante. Una extensa playa comienza al poco de abandonar Sant Vicent, y continúa por varios kilómetros. De la Punta de'n Valls a las cercanías del Cap Roig hago un recto para acortar el trayecto, pues no me parece demasiado interesante la costa en ese tramo. En las proximidades del Cap Roig comienzo a notar, casi de un momento para otro, un fuerte viento de levante. Me pilla de improviso y hace que las últimas dos horas de la ruta de hoy se hagan duras. Termino la jornada en Cala Mastella, donde me reciben una playa solitaria llena de posidonia y un chiringuito presumiblemente abandonado. Monto mi vivac detrás de un murete de piedra que cerca el espacio del chiringuito. Aprovecho la posidonia seca para hacerme un mullido colchón bajo mi colchoneta. Tras la cena me duermo profundamente, aunque en mitad de la noche me despiertan voces. Es una pareja italiana que ha llegado a la playa, y parece que se hayan sentado al otro lado del murete a juzgar por la cercanía de sus voces. Parece que comienzan a ponerse algo románticos, así que carraspeo un poco para denotar mi presencia. Seguramente lo inesperado de sentir a alguien tan cerca de ellos les asusta, porque inmediatamente cruzan un par de frases más y se van. Yo continúo durmiendo hasta el amanecer. 

miércoles, 13 de noviembre de 2013

Travesía por el Ebro desde Flix hasta el mar (120 km, Septiempre 2010)


Aparte de las fotos y bitácora que estoy publicando sobre el viaje por las islas Pitiusas, quiero ir subiendo poco a poco experiencias y fotos de travesías que realicé anteriormente y también en fechas más recientes. La idea es darle algo más de vida y variedad al blog, intercalando viajes de hace ya algún tiempo, con las crónicas que faltan de Ibiza y Fomentera, salidas más recientes y algún artículo sobre el material que he ido adquiriendo y probando en todas estas andanzas. Concretamente, la que recojo en esta entrada fue la primera travesía que realicé en kayak. Hasta entonces mi único contacto con el piragüismo había consistido en algunas rutas cortas de un día en kayak alquilados y cosas por el estilo. Pero aquí digamos que empezó lo serio. De hecho, para la ocasión decidimos comprar un kayak y material con intención de darle continuidad a la actividad. 

El tema de la adquisición del kayak y demás material fue curioso, pues esperamos al día antes de salir hacia Zaragoza para acercamos Carlos y yo a comprarlo todo. Teníamos idea de llevarnos 2 kayak hinchables de una plaza que habíamos visto en oferta por la página del Decathlon, pero al llegar a la tienda de Usera no había prácticamente nada en stock en la sección correspondiente. Es lo que tiene dejarlo todo para el último momento. Al final compramos lo único que encontramos allí, un kayak doble también hinchable, más que nada porque era eso o no hacer el viaje. Eso sí, salimos de la tienda con la idea de intentar devolverlo al regresar de la travesía. Y dicho y hecho, al volver lo llevamos a otra tienda de la misma cadena y... nos devolvieron el importe íntegro. Y lo mejor de todo, al comprar el kayak nos hicieron una rebaja del 50% en el resto de material que nos llevamos (palas, botes estancos, mochilas estancas de varios tamaños y chalecos), y todo eso nos lo quedamos sin pagar diferencia. El negocio se puede decir que nos salió bastante redondo, pues con el dinero recuperado pudimos comprar a los pocos días un kayak individual para cada uno, tal y como habíamos pensado en un principio.

Posando con el ticket de nuestra devolución
El viaje fue en bus de Madrid a Zaragoza, y de allí en tren hasta Flix. A Flix llegamos de noche, así que pernoctamos en un albergue cerca de la estación de tren. A la mañana siguiente nos fuimos con todas nuestras mochilas a una pequeña playa que hace el Ebro en la orilla opuesta a la población. En esa misma orilla había una zona comercial donde pudimos comprar todo lo que nos faltaba para ponernos en marcha. El siguiente paso, guardar y meter todo en el kayak, nos costó bastante más de lo esperado. Pero finalmente se consiguió.

Listos para empezar
Con todo preparado partimos rumbo al mar. Para todo aquel que quiera hacer esta ruta como la hicimos nosotros, sin ningún tipo de experiencia previa, le recomiendo que eche un vistazo a este enlace. Es de agradecer la labor de quien, de forma desinteresada, pone a nuestro alcance información y herramientas tan útiles para explorar nuestro entorno.

Castillo de Flix
Nada más salir recorrimos el meandro de Flix, coronado por el castillo de la misma localidad. Al poco llegamos a la central nuclear de Ascó. Allí la enorme y humeante chimenea imponía bastante, pero nos tocó parar justo delante por culpa de un ataque sorpresa. El ataque sorpresa merece entretenerse unas líneas. Novatos de nosotros, desde la salida llevábamos atada con un cabo a la popa una bolsa con latas de cerveza, que colgaba detrás nuestro hundida en el agua para mantener fría la cerveza. La verdad que las birras enfriarse no se enfriaron mucho, pero nos frenaban el avance como si arrastráramos un muerto. Pero es que además, la bolsa y los destellos de las latas que iban dentro llamaron la atención de un bicho gigante, supongo que un siluro, que de repente se abalanzó sobre la bolsa seguramente con intención de llevarse nuestras cervezas. No sé cuanto mediría el bicho alcohólico éste, pero parecía un monstruo. Incluso después de romper la bolsa y lograr sacar 2 yonkilatas, se conoce que frustrado por no poder beberse su contenido, amagó con subirse al kayak. Afortunadamente no lo hizo. Aún no estamos seguros de qué era exactamente, pero bautizamos a aquel engendro como el siluro alcohólico y radiactivo de Ascó. Después del ataque, recuperamos las latas que flotaban en el río y paramos a analizar qué había pasado. También aprovechamos para picar algo.

La parada tras el ataque del monstruo radiactivo fue en una minúscula isla frente a la central de Ascó.
Al poco de reanudar la marcha tuvimos que cruzar un azud, para lo cual debimos desembarcar, hacer un pequeño porteo del kayak por la margen izquierda del río, y reembarcar unos metros río abajo. Algo después se encuentra la población de Ascó, y no habíamos avanzado mucho más cuando empezó a esconderse el sol. El ritmo del primer día fue muy discreto, entre otras cosas porque las cervezas colgando ralentizaban mucho nuestra velocidad. Al final montamos el campamento de forma algo precipitada en un pequeño claro que ofrecía la maleza del bosque de ribera. Como era ya casi de noche y no teníamos repelente para insectos, los mosquitos se cebaron con nosotros mientras montábamos la tienda.

La mañana siguiente comenzamos la marcha sin remolcar ya ningún lastre, con lo que la velocidad aumentó considerablemente. Los primeros kilómetros de la jornada discurrieron por una zona de cortados y bosques muy vistosa. Al divisar la localidad de García el paisaje volvió a hacerse más llano.

Puente de García y población al fondo.
El paisaje era más llano pero igualmente boscoso.
La primera parada de la jornada la hicimos en el embarcadero de Mora de Ebro, donde comimos y echamos un rato.

Embarcadero de Mora de Ebro
Por la tarde avanzamos buen trecho, disfrutando con la visión del bosque que nos rodeaba y las montañas que se divisaban en el horizonte.


Así discurrió la tarde hasta llegar al pueblo de Miravet, en cuyo embarcadero también hicimos parada y en cuya plaza pudimos comprar cerveza fría.

Miravet.
El campamento lo montamos al poco de pasar Miravet en una zona perfecta para pernoctar en la margen derecha del río.


Al amanecer del día siguiente vimos pasar una lancha a toda velocidad un par de veces. Nos llamó la atención por lo temprano que era. Ese mismo día coincididos de nuevo con la lancha en Benifallet, y supimos que era la embarcación que supervisa este tramo del río. Durante las primeras horas de la mañana el paisaje seguía la tónica de la tarde anterior, pero en algunos tramos los montes de alrededor ganaban algo altura.


A mediodía hicimos parada en Benifallet y allí estaba la lancha que vimos al despertar. El chico que la llevaba nos comentó que quedaba poco desde allí para llegar a la presa de Xerta y nos dio el teléfono del puesto de control. La presa tiene unas compuertas que se abren para pasar río abajo sin necesidad de bajar del kayak. Nos indicó muy amablemente que debíamos llamar una media hora antes de llegar a la esclusa, porque en estas fechas la abrían solamente cuando alguna embarcación iba a pasar. Reanudamos la marcha y nos empezó a acompañar un fuerte viento de cara que casi no nos dejaba avanzar. El paisaje era ya más abierto, y el río se había ensanchado notablemente.


Al llegar al punto que nos había explicado el lanchero a media hora aproximada de la presa, llamamos al puesto de control para avisar de que íbamos a pasar en un rato. Pero el tramo final hasta llegar fue duro. Antes de doblar la última curva que te deja ya a la vista la presa nos dio alcance de nuevo la lancha, a nuestro rescate podría decirse, pues el marinero viendo que el viento nos hacía muy penoso ganar siquiera un metro al río, nos ofreció remolcarnos hasta la presa. Declinamos la oferta, pues aunque era bastante tentadora, nos tocaba un poco el orgullo dejarnos remolcar. Finalmente logramos entrar por la esclusa, que se cerró a nuestra espalda y empezó a vaciarse.


Y finalmente abrió sus puertas para dejarnos salir al otro lado.


Seguimos río abajo hasta llegar al embarcadero de Tivenys, donde hicimos la parada para comer. Llevábamos bastante camino hecho durante la mañana, pero por la tarde quisimos avanzar también bastantes kilómetros. El objetivo era pasar Tortosa en esta jornada.

Camino de Tortosa la sierra del Ports se divisaba a lo lejos.
A Tortosa llegamos con bastante luz todavía, así que nos dio tiempo a comprar víveres. 

Tortosa
Finalizamos la jornada acampando en una playa todavía sin perder de vista la ciudad de Tortosa. Amaneció al día siguiente con un sol espléndido.

Después de analizar los mapas detenidamente, señalé la dirección a seguir...
...pero la verdad, no tenía mucho mérito. Imposible perderse!!
Para el último día de travesía nos quedaban por recorrer más de 40 kilómetros, pero íbamos a contar con un aliado importante. En el tramo final del río antes de desembocar en el Mediterráneo la corriente se iba haciendo cada vez mayor, hasta sumar una notable velocidad extra a nuestro avance. El río se ensanchaba y el paisaje cambiaba. Campos de cultivo en las márgenes del río y algo de bosque de ribera era la nota predominante. En el horizonte aún se veían las montañas tocadas de nubes.


El ritmo era bueno y no tardamos en llegar a Amposta, donde realizamos una breve parada

Rampa de embarque en Amposta.
La siguiente población era ya la última antes de la desembocadura, Deltebre. Se tarda algo de tiempo en cruzarla, pues se alarga por la margen del río unos 5 kilómetros. En un chiringuito a la altura del club de remo decidimos comer. 

La Bestia de Deltebre.
Teníamos tiempo de sobra para llegar al final de la ruta, y ahora el río prácticamente nos llevaba sin esfuerzo.

Una última parada antes de llegar al delta.
Y finalmente divisamos el mar, !objetivo cumplido!


Había una rompiente bastante fuerte donde se juntaban las aguas del Ebro y el mar Mediterráneo.
Después de barajar varias opciones, decidimos buscar algún lugar para acampar en las marismas. No había mucha más opción, pues la fuerte rompiente que se veía para salir al mar nos podía volcar fácilmente. En todo caso fue complicado hallar una vía entre las marismas que nos permitiera progresar hasta tierra firme. Además los mosquitos volvieron a masacrarnos sin piedad. Finalmente pudimos acampar en las dunas. Ya de noche recorrimos la playa hasta la urbanización de Riumar, donde cenamos en una pizzeria. Allí pedimos ayuda para poder salir al día siguiente hacia un lugar que conectara con Tarragona o Zaragoza. La camarera se portó de lujo. Nos comentó que su hermano, el cocinero (gran maestro pizzero), iba temprano al día siguiente a la Aldea, y que desde allí podíamos coger un bus a Zaragoza. El hermano no puso problema en llevarnos, y quedamos en la puerta de la pizzeria para la mañana siguiente. Dimos cuenta de las pizzas, nos despedimos de nuestros anfitriones y volvimos a nuestro campamento. 

Las lagunas conectan unas con otras en el Delta.
Al día siguiente tocaba despertar pronto para recoger kayak y equipo, y caminar a Riumar. 

La bahía de Riumar está muy azotada por el viento. 
Nos pusimos manos a la obra y con todo listo iniciamos la marcha a pie.

El kayak desinflado. Procuramos doblarlo bien para devolverlo al regresar a Madrid.
Llegamos con antelación a nuestra cita, el coche tampoco tardó en llegar y en poco tiempo nos dejaron en la Aldea. El resto del día fue un poco odisea, bus desde la Aldea a Zaragoza y otro bus más desde allí hasta Madrid. Volvíamos cansados pero muy satisfechos con la experiencia. En pocos días habíamos visto paisajes muy diferentes, en paralelo con la evolución del río, contemplado la naturaleza del Ebro y su fauna (mención aparte la cantidad de aves que se divisan), y disfrutado de este deporte del kayak que acababa de engancharnos.