lunes, 25 de noviembre de 2013

Etapa 11. Cala Vadella - Cala Llenya - Illa Tagomago - Cala Olivera (35,3 km)


Al despertar encuentro el cielo brumoso y la playa en calma total. Mientras desayuno hago alguna foto y recibo la inesperada visita de un niño de no más de 6 años que aparece andando por el bosque y empieza a curiosear en la playa. Cuando le pregunto qué hace allí él sólo, me dice que vive con sus padres cerca de la cala, en una caravana aparcada en un claro del bosque. El chico es holandés, pero habla bastante bien español y asegura que llevan viviendo acampados en Ibiza desde hace un año. Me hace muchas preguntas sobre el kayak. Piensa que la embarcación sea mi casa, de igual manera que la suya es la caravana familiar, y resulta difícil hacerle entender que en realidad tengo una casa "de verdad" a mucha distancia de allí. Supongo que le hace más gracia pensar que vivo en el kayak y que voy recorriendo el mundo montado en él. La idea empieza a parecerme a mi casi más divertida que a él, así que no insisto en desbaratar su teoría sino todo lo contrario.


Para cuando me hago a la mar, la bruma se ha despejado casi del todo, aunque a mi espalda diviso el Cap Roig y más al fondo la isla de Tagomago aún envueltos un poco en ella.


Lo cierto es que aún quedan 3 días para coger mi vuelo de vuelta y la isla se está acabando. Además la parte que me toca recorrer de aquí a la capital se encuentra ya bastante urbanizada y habrá zonas que deberé pasar sin acercarme mucho a la costa. No tengo muy claro qué ritmo seguir, si terminar un día antes y descansar en Ibiza, si buscar alguna playa recogida donde poder pasar una jornada de relax, o si hacer 3 rutas de poco recorrido hasta llegar al final de mi viaje. De momento, lo que hago es parar al poco de haber salido en Cala Llenya para darme un baño en esta playa de fina y blanca arena, que a la hora que llego todavía está casi vacía. Retomo la marcha y pasada Platja des Canar me alcanzan dos kayak que van en dirección opuesta. Son una pareja joven que llevan un negocio de turismo activo en Ibiza, ella es de Madrid y el balear. Les comento un poco las dudas que tengo sobre qué hacer los días que me restan de travesía, y me aconsejan que retroceda y me acerque a ver Tagomago, la pequeña isla que surge en la prolongación del Cap Roig. Aunque me da cierta pereza desandar tantos kilómetros, su entusiasmo al contarme cómo es el litoral de la pequeña isla me convence. Doy media vuelta y comienzo a palear directo hacia ella. El esfuerzo invertido queda recompensado con la visita, a la altura del retrato que me habían dado del islote.

Illa Tagomago
El pequeño embarcadero no parece muy transitado. Según he sabido luego la isla es propiedad de un adinerado alemán, para más señas marido de Norma Duval, y creo que tiene una enorme villa construida en el centro de la misma.
El litoral es rocoso en su práctica totalidad.
Cormoranes en la roca.
Una vez recorrido el perímetro de la isla regreso a Ibiza procurando dirigir la embarcación al mismo punto del que partí unas horas atrás, a la altura de Platja des Canar más o menos. Me oriento bastante bien con los puntos de referencia que tomé a la ida y estoy ya muy cerca del lugar donde me di la vuelta, pero me asalta un hambre canina. Así que desembarco un poco antes de Es Canar, en Cala Nova. Como el hambre me aprieta bastante me apetece mucho la idea de darme un homenaje en algún restaurante de los que se encuentran a pie de playa. Mi plan choca no obstante con la estupidez de la encargada del restaurante que escojo para la comilona. Al llegar a la terraza saludo a la camarera y le pido mesa para comer, a ser posible con mi kayak a la vista. Me mira un poco de arriba a abajo y me dice que espere, que como estoy mojado tiene que hablar con la encargada. Viene la tipa, que me pone bastante peor cara que la camarera y pretende sentarme en un rincón. Como parece que no soy muy bien recibido me voy por donde he venido, y en la playa encuentro una sombra ideal para quedarme un rato. Calmo mi apetito con unas latas de conserva, pan y chocolate.

Después de haber descansado en la playa un par de horas vuelvo a mojar el kayak. Mi intención es llegar hasta Cala Olivera, una diminuta playa pasado Cala Llonga. Me queda un largo trecho por recorrer y me he puesto en marcha algo más tarde de lo necesario si quiero llegar con buena luz a mi destino. Por lo tanto procuro no entretenerme y así ganar algo de tiempo al reloj, por si tengo que buscar alguna alternativa a la cala elegida para acampar. La bahía de Santa Eulalia la hago recta para acortar camino, en Cala Llonga no entro, paso el Cap des Llibrell y no me arrimo demasiado a la playa de Sol d'en Serra. 

En esta parte del trayecto apenas hago fotos, aunque el recorrido no está exento de interés.
Por fin consigo alcanzar mi destino antes de anochecer, aunque no mucho antes. Cala Olivera es un apacible rincón cuyo acceso por tierra se hace desde una urbanización privada, y aunque para acceder hay que pasar por el control de seguridad de esta urbanización, en principio el paso es libre para todo el que quiera ir a la cala. El caso es que el lugar está frecuentada básicamente por vecinos de la propia urbanización, que no es que sea de lujo, pero supongo que tampoco estará al alcance de cualquier bolsillo. 

Tras desembarcar me acerco al pequeño chiringuito de madera que da animación a la playa. La estampa allí es bastante graciosa, un par de parejas de mediana edad, ellos con aspecto de Julito Iglesias y ellas al estilo baronesa Thyssen, más un tipo muy chistoso que chilla bastante, están los cinco sentados en la única mesa de la terraza y beben y discuten visiblemente tocados por una "larga sobremesa". Pido una cerveza en la barra y pregunto al hombre del chiringuito lo que ya viene siendo típico, si hay problema en pasar allí la noche. El señor, también en la línea habitual, se muestra muy acogedor y además de darme permiso para resguardarme en el chiringuito por la noche, me dona un buen trozo de sobrasada picante y una hogaza de pan. 

Mientras, su distinguida clientela se despide de él hasta la próxima con todo tipo de parabienes por el pescado que degustaron a mediodía y los licores que soplaron durante toda la tarde. Aunque no todos se recogen, en el chiringuito se queda el chistoso que hablaba más alto, que todavía se ve con ánimo de seguir soplando y además tiene ganas de hablar. A pesar de mis iniciales reticencias empiezo a hablar con él, y resulta ser un señor bastante majo. Es capitán de yate y se dedica a pilotar para los dueños de barcos en Ibiza desde hace ya años. La conversación se centra en el tema marinero, y se alarga bastante. Es interesante, pero ya es de noche, los dueños del chiringuito se han ido, los mosquitos empiezan a notarse, tengo hambre y ganas de cenar y dormir. El capitán me propone volver en un rato con una botella de vino pero le digo que suelo coger pronto la cama, así que nos despedimos, yo me quedo preparando la cena y él se va dando evidentes tumbos. Ceno deprisa, pongo la mosquitera y me acuesto. Serán las doce de la noche aproximadamente y ya puedo decir que es el día que más he trasnochado hasta el momento. El cuerpo me pide descanso y es curioso comprobar cómo se adapta el organismo al horario del sol en cuanto vive en la naturaleza unos días.

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