Etapa 8
Al despertar y salir de debajo de la lona compruebo que ha llovido bastante. Afortunadamente, la lona ha hecho su trabajo y mi saco, mi esterilla y yo mismo estamos secos. Esta mañana mientras desayuno, tengo que analizar la situación y tomar una decisión sobre qué voy a hacer hoy. La situación es simple, desde mi posición tengo por delante aproximadamente 20 kilómetros de acantilados sin casi ninguna escapatoria a tierra. Es posiblemente el tramo más espectacular de toda la costa de Ibiza pero también el que mayor riesgo puede entrañar. El parte de la meteo es realmente malo, y hace considerar seriamente la posibilidad de no salir a navegar, sobre todo teniendo en cuenta que la situación del tiempo mejora mucho para mañana. Después de desayunar, para intentar clarificar el tema un poco más, subo al acantilado de la Punta Galera, desde donde se ve cercana la cala Salada, desde allí hasta llegar a Es Portitxol todo son acantilados. Aquí en lo alto de Punta Galera lo que se percibe es viento y oleaje crecientes, así que por fin decido quedarme en tierra. Prefiero esperar un día y pasar por este tramo como se merece, paleando bien pegado a los acantilados, pudiéndome detener en cada cueva y formación rocosa, antes que verme obligado a hacer ese mismo recorrido con prisa y separado de la costa.
Decidido ya el plan, durante el día me dedico a caminar por los acantilados -en sentido sur esta vez-, leer, bucear y repasar lo visto hasta ahora. Con estas actividades el día resulta entretenido, aunque sin un remo entre manos noto que algo me falta. A la tarde, las ganas de kayak me vencen y decido entrar al agua para ver cómo está la cosa, pero también con intención de trasladar el campamento a la vecina cala Salada. No he salido aún del todo del resguardo de Punta Galera y ya noto la cosa más movida de lo deseable. Sin haber recorrido mucho más de una milla, sólo puedo ratificarme en la decisión tomada por la mañana, la cosa no está para palear en solitario más de 3 horas de acantilados. Ya cerca de la cala Salada veo que es mejor opción para pasar la noche la playa algo más pequeña que hay a su lado, cuyo nombre me dicen luego que es Saladeta. Aquí no hay chiringuito aunque sí bastante gente y animación. En cuanto la sombra cubre la playa la gente empieza a desfilar. Al final sólo quedamos un chico de Sevilla que trabaja por allí vendiendo bebidas y yo. La conversación resulta amena y se queda a cenar conmigo, cuando se marcha preparo mi cama y duermo.
Etapa 9
Me levanto casi de noche, el sol aún no ha asomado y apenas ha comenzado a clarear el cielo. Desayuno rápido, desmonto el campamento y cargo el kayak. A las 8:30 ya estoy saliendo de cala Saladeta y comienza la que va a ser una de las jornadas más espectaculares de toda la travesía. La primera parte de la ruta discurre dirección norte, hasta sobrepasar el cabo Nunó. Desde aquí se recorta la costa ibicenca hacia el noreste en una sucesión de puntas y bahías. Durante algo más de una hora, pongamos que hasta llegar a las pequeñas islas de ses Margalides, voy bastante centrado en avanzar, sin acercarme demasiado a las paredes del acantilado. No quiero exponerme a un cambio del tiempo y prefiero quitarme unos cuantos kilómetros antes de que se forme la mar del todo. Aunque no me acerque demasiado, los escarpes de roca son impresionantes también desde unos metros de distancia.
Una vez que llego a Ses Margalides relajo el ritmo y empiezo a pegarme más a la costa. Me habían comentado que el islote principal tiene un arco bajo el cual puede cruzarse, aunque al pasar a cierta distancia no lo aprecio.
Ses Margalides |
Desde aquí hasta mi primera parada del día en la cala de Es Portitxol el entorno es perfecto. Ante mis ojos se suceden acantilados imponentes llenos de pinos, salientes rocosos de formas imposibles, arcos naturales entre la roca y alguna cueva.
El broche perfecto para esta parte de la ruta llega al divisar la pequeña bahía que da cabida a la cala de Es Portitxol. Aquí paro, tras algo más de 3 horas en el kayak, me doy un refrescante baño y tomo unos frutos secos.
La bahía es tan pequeña y cerrada, que si no estás atento pasas de largo la cala |
Tras la parada en Es Portitxol reanudo el camino con gran entusiasmo. A los pocos minutos me cruzo con un grupo de escaladores.
Ya cerca de Port san Miquel me entretengo en hacer algunas fotos, aprovechando la perfecta combinación de colores que ofrecen cielo, roca y mar.
En Port San Miguel decido parar a comer en una cala que hay en la illa Murada. Por lo que me cuentan este islote, unido a tierra por la cala donde desembarco, es propiedad de un multimillonario ruso que ha mandado construir en él una mansión con helipuerto que ostenta el dudoso honor de ser la más lujosa de la isla. El chiringuito de esta cala, un negocio familiar, me da la ocasión de disfrutar una orgía carnívora. Además la familia que lo regenta son muy buena gente, así que la sobremesa se alarga con un par de gin tonics.
Viva el cerdo!! |
No retomo la marcha hasta las seis, y lo hago con bastante pachorra. Voy haciendo camino con calma y sucesivamente voy dejando atrás la playa de Benirrás, el islote d'en Calders y la cala Es Canaret hasta llegar a mi destino de hoy, la bahía entre la punta de Xarraca y la punta Mares. La recorro detenidamente buscando el mejor punto para terminar la jornada. Descarto cala Xarraca, demasiado urbanizada, y me decanto por una más pequeña y recogida, cala Xuclá. Al llegar a ésta, anda por allí un chico japonés que me ayuda a sacar el kayak a tierra. En la cala hay un chiringuito al que no le falta mucho para cerrar, ya que no hay nadie en la playa y ya es tarde. Pero antes del cierre nos da tiempo a mi compadre japonés y a servidor a bebernos un par de cervezas y observar la puesta de sol.
El japonés se dedica a dar masajes por las playas para costearse su estancia en la isla |
Antes de que marchen los dueños del chiringuito pregunto si hay problema en que duerma allí, a lo que no objetan nada. Cumplo con mi protocolo diario: cena, esterilla, saco, algo de lectura y a dormir.
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